DON QUIJOTE O LOS REELS

El Quijote de la Mancha o la cultura de la inmediatez.

CULTURAS

POR GINÉS LÓPEZ

Se estima que Miguel de Cervantes comenzó a escribir la primera parte del Ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha hacia 1597, mientras padecía prisión en la Cárcel Real de Sevilla; la obra vio la luz de la imprenta en enero de 1605, unos ocho años después de su proceso gestacional.

La segunda parte implicó también un arduo trabajo de producción literaria y demanda temporal, ya que se editó recién en 1615. Es decir que esta ilustre obra literaria demandó en su conjunto unos dieciocho años de significativa labor escritural.

La lectura del Quijote, más allá del tiempo dedicado por cada lector, debería implicar -con detenimientos reflexivos- no menos de un mes, y en el mejor de los casos, ese disfrute se puede extender a varios meses.

Actualmente corremos con efusiva insistencia hacia la salida inmediata de todo laberinto que presente entramados complejos y temporalmente demandantes. La cultura del corte de camino, del llegar con rapidez, del entretenimiento efímero, del arte recortado y de la simplificación de la mayoría de los procesos existenciales.

Podríamos aducir que esta cultura de la inmediatez nos permite ganar tiempo, la pregunta es: ¿Y en qué invertimos el tiempo ganado? Y la respuesta que surge de la observación general y ,lamento decirlo, de mi propia particularidad, es que ese tiempo, eventual y frecuentemente, se invierte en un conjunto de naderías cotidianas de escasa o nula elocuencia artística; porque, con triste honestidad, digamos que entre un soneto barroco y un reel esperpéntico que muestra la caída de un flaco en bicicleta o la desaforada risa que provoca en una reunión que un señor excedido de peso rompa una silla y vaya a parar al suelo con su corporeidad entera; reitero, con triste honestidad, deberemos asumir que estos reels ganan ostensible y numerosamente la atención masiva, en detrimento, claro, de Góngora, Quevedo o Lope.

Mis referencias ejemplificadoras son literarias, pero traslativas a otras manifestaciones artísticas, de modo tal que es probable que un nocturno de Chopin juegue hoy en amplia desventaja contra una canción cuyo infortunado nombre es Cómo chilla ella; y esta desventaja deviene de la insistente avidez simplificadora que nos propone el sistema y la estructura cultural, a través de los grandes, y extremadamente funcionales, transmisores que son las redes sociales.

Quiero aclarar con fuerza que estos postulados no implican ningún tipo de ensoberbecimiento de mi parte; son solamente observaciones palmarias y por tanto colectivamente visibles y creo que innegables. Esta reflexión no recorre, entonces, ningún camino de soberbia; por el contrario es una humilde apelación a los generosos lectores de este periódico para que no soslayemos la complejidad artística porque en ella hay un intenso y profundo disfrute que sólo podremos conocer si decidimos recorrer ese intrincado y majestuoso laberinto.