DONDE HUBO FUEGO, HABRÁ MONTE

Como cada año al final de la temporada seca, el lobby del fuego vuelve a hacer de las suyas, metiéndole mecha al monte nativo con el objetivo de poner sus intereses particulares por encima de la vida que se despliega en nuestros valles.

AMBIENTE

Por FEDERICO PAZ

Ninguno de los incendios que están ocurriendo en Córdoba se pueden entender en esta época si no dirigimos la mirada hacia el extractivismo inmobiliario, el agronegocio y la construcción de las rutas del saqueo de nuestros bienes comunes hacia los puertos del Pacífico. Para muestra basta un botón. Hace unos días, mientras el fuego ya arrasaba la provincia en los valles de Punilla, Calamuchita y Traslasierra, el presidente de la Sociedad Rural de Jesús María afirmaba que la Ley de Bosques, normativa que prohíbe el cambio de uso de suelo en las zonas de monte nativo, era la responsable de los incendios, ya que para ellos el monte es combustible.

El 2024 es un año como todos, puesto que para el extractivismo hay una suerte de consenso entre todas las direcciones estatales, pero esta vez, además, hay algunos agravantes. Por un lado, las leyes del nuevo gobierno que desfinancian el cumplimiento de la Ley de Bosques y la Ley del Fuego, reforma aprobada por casi todos los legisladores de la provincia, por no hablar del RIGI, que directamente es un incentivo para el despojo por parte de las grandes multinacionales. Ni los reyes de España en tiempos de la colonia fueron tan generosos con los conquistadores. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir confiando nuestro voto a los que preparan la escena del crimen? Por otro lado, está el abuso de los contrafuegos. Con la temperatura actual, la vegetación crocante por la falta de lluvia y los constantes cambios de viento, se trata de una técnica muy controvertida que debería utilizarse sólo en casos muy extremos, cuando ninguna otra opción es posible, para no multiplicar así los focos ni aumentar las superficies quemadas innecesariamente. Una vez más: para algunos el monte es combustible, y creen que es extinguiéndolo como hay que sofocar las llamas. Sin embargo, para los que ya despertaron de la pesadilla de estar desconectados del cuerpo planetario con todos sus seres humanos y no humanos, para quienes vienen desandando el camino de la modernidad y reconocen la interdependencia entre todo lo que hay, el monte nativo es la Madre, el complejo y pinchudo entramado del que surgen el agua y la vida.

Las brigadas forestales comunitarias aparecieron hace cuatro años para poner el cuerpo en esta tarea de enfrentar los fuegos, y decidieron hacerlo en forma autogestiva e independiente de los poderes establecidos. Sólo se deben al monte y a la comunidad de la que forman parte. El apoyo que reciben de los vecinos es grande, tanto en los recursos necesarios para poder llegar a los incendios como también en el abrazo y en el aliento sin los que esta tarea no tendría sentido. Así y todo, la existencia de estas casi cuarenta brigadas que se preparan durante todo el año, que con sus limitaciones se desplazan y montan bases operativas comunitarias -donde permanecen jornadas enteras hasta que no queda un solo rescoldo caliente- ya no es del todo suficiente. Mientras bomberos, brigadistas y vecinos autoconvocados corren de fuego en fuego para apagarlos, otras manos vuelven a encenderlos unos minutos después apenas unos pocos kilómetros más adelante. Estamos metidos en un círculo vicioso y macabro donde lo urgente, hacerle frente al incendio que está sucediendo ahora mismo, nos hace olvidarnos de lo importante: visibilizar y desactivar los intereses del lobby del fuego.

Es necesario un mayor involucramiento del conjunto de la sociedad en general. Entender que sin el monte somos seres aislados y perdidos, sin herencia ni porvenir, sin pájaros, zorros, yuyos ni sombra, sin esponja para absorber la lluvia ni arroyos de los que beber y regar los futuros alimentos. Sin monte los campesinos criollos de toda la vida, que son los auténticos guardianes de estas sierras, ven morir a sus animales y poco a poco tienen que irse de las tierras de sus abuelos que así, calcinadas, se vuelven inhabitables y pierden su valor. Sabemos del poder que tiene una ciudadanía consciente, pacífica y orientada hacia el cuidado de la vida. Gracias a ella han tenido que hacer sus maletas e irse de nuestros territorios grandes empresas mineras o semilleras que venían por todo. Ya va siendo hora de que se retiren también para siempre de estos amados valles los incendios y sus incendiarios. Esto implicaría el restablecimiento del sistema de vigías permanentes de detección temprana, la participación popular durante todo el año en el Plan de Manejo del Fuego, una rápida declaración de emergencia nacional en los casos en los que la situación lo requiera para así contar con los recursos necesarios para que los incendios no se expandan y, entre tantas otras medidas más, una restauración ecológica y una prohibición absoluta de cualquier cambio de uso de suelo o realización de carreteras en zonas que ya fueron afectadas. Donde hubo fuego habrá monte.