EL DÍA QUE EL HOMBRE AGACHÓ LA CABEZA

La danza de los números es infinita. Esta forma de comunicación, que llamo palabra, tiene unos 50 mil años. Apenas 31 segundos si se mide en 24 horas la edad del universo.

ECONOMÍA

POR TOMÁS ASTELARRA

El castellano que utilizo, se fue conformando hace aproximadamente 1000 o 1200 años. Más efímero que un segundo. El latín que lo precedió unos 6500. La computadora apenas tiene 64. Menos que mi papá. La escritura cinco mil y pico. La prensa 583. La radio unos 125. Los podcast apenas 20. Muchos teóricos sostienen que el primer gran cambio social, cultural y económico de la humanidad se dio hace más o menos 12 mil años, con el surgimiento de la agricultura. Solo siete segundos y medio atrás. Algunos pensadores llaman a este nuevo ciclo (que es 383.000 veces más pequeño que la edad de la Madre Tierra) el “período del gran olvido”. El nacimiento de la semilla de la sociedad patriarcal tecnológica capitalista desigual, violenta y hambrienta, que hoy sufrimos. Es que hasta ese entonces, en que el pan era un velero de la espiga lejana, nuestra sociedad era nómada, de cazadoras y recolectoras, sin acumulación ni jerarquías. Ni propiedad privada. La economía era la administración (el cuidado) de la Casa Común, es decir el planeta o nave. Surfeábamos intuitivamente a través de los ires y venires de la naturaleza y tomábamos las decisiones colectivamente en una rueda alrededor del fuego. Un trabajo evidentemente femenino, comunitario y al servicio de aquella entidad, Pachamama, que nos brindaba alimento, protección y cultura. Se trataba pues, de sociedades a las que hoy llamaríamos matriarcales.

Según el economista Alexander Roig, la primera moneda de la humanidad fue en ese entonces ritual, cultural, metafísica. Lo que hoy las pueblas andinas llaman una koa o corpachada, una ceremonia de agradecimiento a la Madre Tierra. Se hacía una ronda, se daba de comer primero a los más ancianos, las niñeces, las enfermas, luego se repartía entre el resto de la comunidad, y finalmente se hacía un pocito para agradecer a la naturaleza y rogar que pronto vuelva a alimentarnos, darnos cobijo y salud. Y si había, alguna vestimenta o herramienta. Con el nacimiento de la agricultura, dice el pensador Ronald Sistek: “El tipo de conciencia empezó a modificarse profundamente. Algunos hablan que transformamos la experiencia de la paradoja en un complejo de autoridad sagrada. La espiritualidad la sacamos de la tierra y empezamos a mirar hacia el cielo porque necesitábamos empezar a explicarnos y construir significado prácticamente de todo”. Al agachar la cabeza para recoger esa espiga lejana de trigo, perdimos el orden, la conexión con lo divino. El caos fue la base de este crecimiento civilizatorio al que hoy llamamos orden. Nos apartamos de la fuente, la madre, nuestro centro espiritual. Parecería entonces, que por ahí, nació Dios. O lo que los hombres dijeran que era Dios. Un ente, un sacerdote, un rey, un líder político, un empresario, un padre, un futbolista, un pedazo de papel llamado dinero. Divinidades que a veces, la mayoría, hoy, es evidente, no fueron capaces de alimentarnos, ni darnos cobijo, ni cultura, a todos y todas. La diversidad fue entonces un paquete diferente para cada necesidad, que en realidad era una sola: la de los dueños del poder, los emisarios de Dios. O la ciencia. La cultura, al igual que las armas y el comercio, sirvió como herramienta de división y dominación. Divide y reinarás, le dijo a los hombres su nuevo Dios, que al final eran ellos mismos.

Este cambio de conciencia nacido con la agricultura, según Sistek, tiene cuatro patrones principales: la jerarquía, que solo puede fundamentarse en el campo social del miedo, la supresión de lo femenino y la separación de la humanidad de la naturaleza. En este desconcierto, las preguntas fueron tantas como las respuestas. Y la complementariedad se transformó en contrariedad u oposición, bipolaridad en vez de diversidad. El tiempo que era circular se transformó en lineal, y entonces creció la ilusión del crecimiento ilimitado más allá de la naturaleza o la comunidad, sin momentos de reflexión y marcha atrás, aceptando la productividad como principal fuente de desarrollo, lejos de lo humano, de la naturaleza teniendo una experiencia humana.

La comodidad de la dominación, el extractivismo de las fuerzas vegetal y animal (de las cuales surgimos y nos componen) modificó nuestras cuerpas; nació la vagancia como sedentariedad en vez de maravilloso tránsito. Hoy muchas de las enfermedades que padecemos surgen de esta inactividad y falta de contacto con la naturaleza. Tarde o temprano también dominaríamos a la mujer, que desde su vientre que da vida, reclamaba la vuelta a la naturaleza. Fueron los sueños de la razón los que generaron los monstruos de este sangrante presente globalizado. Gracias a toda esa acumulación histórica de teorías, inventos y herramientas alejadas del espíritu de la naturaleza, ignorando la advertencia de nuestras madres, el hombre se alzó como dueño y señor de esta crisis civilizatoria. Entonces la humanidad supo cómo adiestrar a las plantas. Y luego a los animales. Y luego a otros humanos, especialmente las mujeres y les niñes. Se sintió poderosa. Pudo dejar de caminar en busca de alimento. Tuvo tiempo para inventar el fuego, la rueda y al arado. También la lanza y el Estado. En ese camino que ya lleva 14.000 años de una sociedad agrícola, jerárquica, patriarcal, del miedo; alejados de la Madre Tierra y dentro de esta ilusión de lo infinito sin contexto natural; cada vez fueron menos los privilegiados y más las descartadas, las nadies, las ninguneadas.

Fue el reino de lo único, de lo exacto, de la certeza de unos pocos sobre la diversidad creativa de la gran mayoría. Mayorías, muchas de las cuales, habitaron las periferias de los territorios y culturas manteniendo sus costumbres ancestrales, comunitarias, matriarcales. Ahí donde, de todas formas, la agricultura terminó criando imperios. Y poco a poco el cáncer de la ilusión comenzó a crecer del centro a las periferias, renovándose en imperios basados en la fuerza, las guerras, el comercio y la tecnología, como metáfora de la productividad sin límite natural. Para ese entonces, para las pueblas andinas, USA quería decir piojo. Y no había un vocablo que describiera la pobreza, el mendigaje o la indigencia. La falta de pan era la amenaza de una carabela lejana. Para cuando los españoles dijeron descubrir Amerika y su oro, las pueblas originarias del continente tenían más de 500 variedades de maíz. Los imperios del continente cayeron no por falta de razón o humanidad, sino por atraso tecnológico. Al día de hoy se encuentran restos arqueológicos de una humanidad europea anterior a la colonizadora, celta, vasca, vikinga, que llegó al continente como llega cualquier vecino: pidiendo permiso para tomar alguna infusión o fumar un tabaco místico. La civilización como oposición en una ambiciosa carrera lineal de tiempo espacio infinito, fue la semilla de la guerra y el hambre.