EL NEGOCIO DEL MIEDO EN UN VALLE QUE RESPIRA PAZ

La grieta no es una herida reciente. Es un surco viejo, hondo, que atraviesa buena parte de la historia argentina. No se trata sólo de una diferencia de opinión: es una forma de dividir, de señalar, de desconfiar. Es la elección forzada entre dos polos que se niegan a dialogar, como si pensar distinto fuera una amenaza en lugar de una oportunidad.

NOTA DE TAPA

POR COMECHINGONES MULTIMEDIOS

Hay algo que se ha empezado a mover, de a poco, en el aire sereno de Traslasierra. No son las tormentas de verano ni el viento zonda bajando de los cerros. Es otra cosa. Es un murmullo que crece en los almacenes, en los grupos de WhatsApp, en los comentarios de pasillo. Una palabra que se repite más de lo que solía: inseguridad. Lo curioso es que no hay una ola de delitos que lo justifique. No hubo un brote de violencia. No explotaron las estadísticas. Pero la sensación está. Se instaló. Y con ella, todo un sistema que la alimenta, la multiplica… y la vende.

El miedo y los números: dos caminos que no se cruzan

En 2023, el Valle de Traslasierra registró un leve aumento del 5% en delitos denunciados, mientras que la provincia en su conjunto marcó un 12%. Es decir: Traslasierra sigue siendo una de las zonas más tranquilas de Córdoba. Sin embargo, esa calma ya no se percibe igual.

Un estudio reciente del Observatorio de Seguridad de Córdoba señala que, aunque los hechos delictivos en el valle son bajos, la percepción de inseguridad creció más de un 40% en los últimos tres años. No hay una correlación directa entre lo que pasa y lo que se siente. Lo que sí hay es una grieta: la que separa la realidad de la narrativa.

La fábrica de alarmas

Esa narrativa se construye en tiempo real. En las redes, en los audios reenviados, en titulares llamativos que, muchas veces, repiten sin verificar. El resultado es un clima de sospecha permanente. Y el miedo, como todo lo que se instala con fuerza, no tarda en convertirse en negocio.

En el último trienio, las empresas de seguridad privada del valle aumentaron sus ingresos un 30%. Se multiplicaron las alarmas domiciliarias, las cámaras, los servicios de patrullaje. Se promueve la vigilancia comunitaria, incluso donde el delito aún no llegó.

No se trata de negar la necesidad de estar prevenidos. Pero sí de preguntarnos: ¿cuánto de lo que hacemos es por prevención y cuánto por sugestión?

Cuando la ciudad habla, el valle escucha

Este fenómeno no nace en Traslasierra. Se importa. Llega de los grandes centros urbanos, donde los hechos de violencia tienen otra escala, otra urgencia, otro contexto. Pero lo que sucede allá no siempre aplica acá.

La política de seguridad, pensada desde la ciudad, se proyecta sobre zonas rurales sin adaptarse a sus realidades. El resultado es una desconexión profunda entre lo que se vive y lo que se impone. Según un informe de Córdoba Observa, el 60% de los vecinos del valle siente que las decisiones en materia de seguridad no responden a su entorno.

Vivimos, entonces, el eco de una ciudad que no nos ve, pero que nos marca el pulso. La inseguridad ya no es sólo un problema: es un lenguaje que baja desde los medios, se viraliza y se instala.

Un ruido que cambia la forma de pensar

Y ese lenguaje no es inocente. A fuerza de repetirse, condiciona. Nos vuelve desconfiados, hostiles, cerrados. Rompe con una de las mayores virtudes del valle: la calma comunitaria, la puerta sin llave, la mirada cómplice entre vecinos.

Cuando se rompe el pacto de confianza, lo que se fractura no es sólo el presente: es también la posibilidad de pensar el futuro de otra manera. Porque el miedo no sólo te encierra. También te vuelve dócil frente a ciertas agendas. Y es ahí donde aparece la política.