POR MATIAS FERNÁNDEZ MADERO
Un relato sobre la agricultura familiar en Traslasierra.
Una mañana invernal en los primeros años del 2000 trabajando en la oficina del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) en Salsacate, recibí un llamado de un productor ganadero de la zona. Me pedía si en mi camino de regreso a la oficina de Villa Dolores podía dejarle una guía de traslado para unos animales que había vendido a un frigorífico de exportación. Ningún problema le dije. Salí para allá y al llegar y entrar al establecimiento ganadero me llamó la atención la vasta extensión de campo pelado, rastrojo de soja, todo gris… «grisfosato» diría un amigo. Un añoso algarrobo majestuosamente parado en el medio de ese desierto gris indicaba lo que alguna vez hubo allí: Monte. Llegué y le dí al productor la guía. Me despedí y ya en camino hacia Villa Dolores recibo otro llamado por teléfono. Paré al costado de la ruta para atender. Era un técnico del INTA diciéndome que estaba reunido con pequeños productores de la zona que querían hablar conmigo para ver cómo podían hacer para poder transportar su producción sin que la policía los parara y les quitara todo. Le dije que en un rato llegaba a Villa Dolores e iría directo para allí. Ni bien arranqué me vinieron dos imágenes: La de la producción a baja escala, campesina, y la del productor ganadero que acaba de visitar. Esta última, producción proveniente de cientos de hectáreas desmontadas, con animales engordados a granos que a su vez provienen de cultivos con uso intensivo de agroquímicos. Que contraste con las familias campesinas viviendo en zonas cercanas a Villa Dolores, sin luz eléctrica, sin agua corriente, con inviernos crudos y veranos abrasadores, con caminos intransitables y además… produciendo. Y produciendo (y viviendo) con todo el sistema en contra. Vida y producción que surgen de una cosmovisión sana en todo aspecto pero que choca con el sentido común imperante. La otra producción, la convencional, la que muchas veces surge de la explotación de la tierra sin contemplaciones, fluye sin problemas burocráticos siguiendo todos los caminos formales; formalidad a su servicio. Y así estamos. Todo está armado para lo grande. El tiempo no está, ni nunca estuvo, a favor de los pequeños. Esa misma noche le mandé un correo electrónico a quien estaba a cargo del SENASA y le dije que algo estaba mal. Al otro día me llamaron desde Bs. As. y me preguntaron si quería ser parte de una nueva iniciativa que comenzaría a funcionar en el SENASA, área que intentaría comenzar a emparejar el escabroso terreno burocrático y normativo que pone una y mil trabas a los agricultores familiares. Nacía la Coordinación de Agricultura Familiar. Sincrónicamente ya estaba funcionando la Secretaría de Agricultura Familiar de la nación, y junto con el INTA, y muy especialmente con las organizaciones de productores, se comenzaron interesantes trabajos para fortalecer el sector de la producción campesina en todo el país. Acá en Traslasierra todo esta trama tuvo su correlato con la conformación del Consejo para la Agricultura Familiar de Traslasierra. Desde ese espacio interinstitucional y motorizado principalmente por la Unión Campesina de Traslasierra (UCATRAS), se impulsaron diversas iniciativas por todo el Noroeste Cordobés, las cuales perduran, a pesar de todo el viento en contra, hasta estos días. Durante las últimas dos décadas, con idas y vueltas la cosa avanzó. Estos tiempos estamos en las vueltas nuevamente, retrocediendo. Ya llegarán otra vez las idas. Eso Espero.
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