LA EMOCIÓN DEL DINERO
La primera moneda fue la ofrenda. Hasta que la acumulación nos llenó de preguntas. Los alambrados no solo dividían los territorios sino también las mentes. La comunidad se achicó al formato de familia y la casa ya no era común.
ECONOMÍA
POR TOMÁS ASTELARRA


Como dice Alex Roig, la primera moneda fue la ofrenda. Hasta que la acumulación nos llenó de preguntas. Los alambrados no solo dividían los territorios sino también las mentes. La comunidad se achicó al formato de familia y la casa ya no era común. “Afirmar que el ser humano, con una capacidad tan limitada, puede interpretar el universo, es atribuirle un importancia excesiva y, por lo tanto no es ninguna inconveniencia, sino que podría considerarse una buena metafísica atribuir a la divinidad todo aquello que el hombre no puede comprender”, dice Ocalan. No sucedió.
En cambio la humanidad le atribuyó esa inconveniencia a algún líder. Algún chanta. Alguien tenía que arreglar ese caos sin esencia o espiritualidad. Bajo la palabra de Dios el chanta sacerdote creó un nuevo orden. Mandó a construir un templo que, además de la casa de Dios, era la suya. En las regiones que hoy llamamos Kurdistán, entre el Tigris y el Eufrates, Mesopotamia rica en recursos infinitos, las necesidades comenzaron a crecer. Fue el orden sacerdotal, el de los chantas y sus respuestas, el que comenzó en sus zigurats, la organización de eso que ahora llamamos Estado. Un modelo que sería replicado por otras culturas como la china o la egipcia. Porque como dice un viejo refrán de barrio: el mundo es un pañuelo.
Hoy la región de Kurdistán, el pueblo kurdo, además de estar en guerra, está descuartizado por cuatro Estados que reclaman su posesión. La de la tierra y la de la gente. Ocalan llama a este período de 12 mil años la era de los dioses enmascarados y reyes encubiertos. En esos pequeños ranchos de adobe de dos o tres pisos nacían entre otras estructuras de esta civilización moderna las escuelas, las fábricas, los burdeles y los ejércitos. Los sacerdotes fundarían las castas familiares que utilizarían a las mujeres como término de intercambio. De a poco se reemplazaría las pequeñas figuras y rituales de la diosa madre, por las suntuosas estatuas del dios padre. Algunas mujeres se fugarían rumbo a las islas del Mediterráneo para crear nuevas comunidades. Porque por más que queramos, no se puede tapar el sol con la mano.
La famosa división del trabajo, aparte de los impuestos, generó un intercambio incómodo. El herrero iba con su azada a la casa del lechero a hacer un trueque. Pero el lechero, que además de la vaca atada, ya tenía su azada, le sugería ir al campo del que criaba gallina. “Pero yo quiero leche no huevos”, le decía el herrero. “A mi no me interesa la azada pero si los huevos”, le decía el lechero, que todavía era buena onda y no un empresario multinacional. Y le daba una solución al herrero: “Mirá, andá a lo del gallinero y decile que si quiere la azada te dé los huevos y yo te doy la leche.
A la noche, cuando fue a pagar los impuestos, el herrero se quejó ante el sacerdote que había perdido todo el día consiguiendo una tinaja de leche. Entonces el sacerdote, que también era rey, presidente y empleado de la AFIP, se le ocurrió una brillante idea que lo haría también presidente del Banco Central. Inventar la moneda. Primero fue una piedrita con una marquita. Luego un lingote de sal o una caracola. Finalmente lo más práctico fue hacer una moneda con su rostro, aprovechando que ya era el dueño de la mina de oro y tenía muchos esclavos sinceleros.
Siglos después Marco Polo traería de China el billete y Amses Bauer crearía el primer banco en su tienda de artesanías de Francfort de Melo. Con todos esos logros, el chanta sacerdote se sintió empoderado para conformar un ejército y buscar otro pueblo en busca de más esclavos y minas donde extraer más monedas. La sociedad de la civilización, dice Ocalan, es una estructura que esencialmente causa conflictos, tanto a nivel interno, como con otras civilizaciones, debido a que se basa en el engaño, el encubrimiento, la represión y los abusos continuos. La propia existencia de ese poder y esa clase ya supone, por sí misma, un conflicto. Sean belicistas, pacifistas, productivistas, multiétnicas, cultas o ignorantes. Su fuerza interior le lleva a conquistar el mundo. Por eso se han transformado en una enfermedad estructural derivada del poder”.
“Las enfermedades son diagnósticos que especifican una mirada”, dice el pensador chileno Humberto Maturana. “No es cierto que los seres humanos somos seres racionales por excelencia. Somos, como mamíferos, seres emocionales, que usamos la razón para justificar u ocultar las emociones en las cuales se dan nuestras acciones. La historia de la humanidad es una historia de conservar un modo de vivir guiado por las emociones en una continua ampliación del razonar para justificar o negar estas mismas emociones. Se dice que el progreso tiene que ver con la competencia, pero es un hecho que cuando competimos, el autoengaño es pensar que mi bienestar radica en negar al otro. Cuando hablo de amor no hablo de un sentimiento ni hablo de bondad o sugiriendo generosidad. Cuando hablo de amor hablo de un fenómeno biológico, hablo de la emoción que especifica el dominio de acciones en las cuales los sistemas vivientes coordinan sus acciones de un modo que trae como consecuencia la aceptación mutua. Y sostengo que tal operación constituye los fenómenos sociales primarios que nos alejan de la enfermedad.
El sufrimiento del hombre no se debe a la falta de certidumbres, sino a la falta de confianza. Hemos perdido la confianza en el mundo, y como perdimos la confianza queremos control, y como queremos control queremos certidumbres, y como queremos certidumbres no reflexionamos. Nunca las guerras resuelven los conflictos humanos, porque no son de la razón sino de la emoción y se resuelven solamente en las mesas cuando hay conversación y respeto.
Mientras todos ellos reflexionaban, la serpiente Amaru, creadora de los tiempos, siguió serpenteando para casi morderse la cola, doce mil años después, justo ahora, en tiempo de Pachakuti, donde algunas tribus ancestrales y ciertos jipis comunitarios pachamamescos siguen todos los agostos, ofreciéndole su moneda a la Madre Tierra, rezando, más que nunca, por el Cuidado de la Casa Común.