LA PRIMER DEVALUACIÓN DE LA HISTORIA EN ESPIRAL

"... al hacer el reparto, a unos más, a otros menos, quería hacer brotar en los hombres el afecto fraternal y ponerlos en situación de practicarlo, al tener, los unos, el poder de prestar ayuda y, a los otros, el de recibirla”.

ECONOMÍA

POR TOMÁS ASTELARRA

Los obsecuentes subalternos de Alejandro se mataron para dividirse su maravilloso y extenso Imperio, que duró lo que dura un suspiro en los tiempos del universo. Entonces una loba parió dos pibes que parieron un nuevo imperio. Haciendo caso a los insistentes discursos del senador Catón el viejo, en las guerras Púnicas, Roma invadió Cartago y sembró sus campos con sal. A través de las armas dominó el comercio con el que los fenicios ampliaron su territorio sin mayor violencia. Por la razón o por la fuerza. De todas maneras, imposibilitados de frenar el ímpetu místico cristiano, los emperadores romanos adoptaron su religión. Claro que le hicieron algunas modificaciones al texto.

Pero este imperio al igual que otros, vio en el tiempo y espacio, en su vastedad, una dificultad. Al igual que otros, apenas tardó un suspiro en fenecer. Mientras los césares comenzaban a enloquecer, sus amplios territorios se volvían más frágiles. El pensamiento único y la obediencia debida son difíciles de imponer en un terreno, el espíritu, indomable en su diversidad. Los salvajes impusieron el caos, frente a un orden, el civilizatorio, surgido de otro caos, el alejamiento del orden natural.

Todo el oro de ese mundo, Europa y Medio Oriente, no alcanzaba para pagar a todos los ejércitos. Entonces a algún funcionario se le ocurrió la brillante idea de introducirle a las monedas otros metales. Pero el pueblo, que a pesar del deseo de los poderosos y muchos intelectuales, nunca es tonto, percibió la estafa y, naturalmente, comenzó a asignarle a estas nuevas monedas un valor inferior a las monedas de oro puro. Los emperadores cayeron en la trampa de su propia estupidez: al asignarle a aquel metal un valor superior, incluso monopólico, frente al resto, encontraron el límite de la naturaleza. Que no es lineal, ni de crecimiento infinito. Pues como bien dice Maturana, aquel ser natural que crece más allá de los límites naturales, es lo que se llama una plaga. Y como tal, tiende a auto extinguirse. Buenas noticias, dice el poeta Nicanor Parra: la tierra se recuperará en un millón de años. Somos nosotras las que estiramos la pata.

Digamos en términos modernos que ante el déficit fiscal el Imperio Romano tuvo que devaluar.

El vulgo romano comenzó a ponerle un precio diferente a las nuevas monedas. Como las mamitas bolivianas que en el conurbano bonaerense que, en la crisis argentina del 2001, te vendían un alfajor que valía 1 peso por cinco pesos, luego que vos le dieras un billete de 100 patacones para que te devolvieran 95 pesos. En realidad te estaban vendiendo 95 pesos por 100 patacones con una comisión de 4 patacones en forma de alfajor. El problema fue que los ejércitos que cobraban en patacones se revelaron, como los pueblos originarios, los valientes galos de Asterix. Y así terminó, entre otras cosas, por un problema fiscal y la primera devaluación de la historia en espiral, el dichoso imperio de los hijos de la loba.

Sobre el final del caos natural y social que literal y linealmente sugiere la historia sucedió a este hecho, en la llamada Edad Media, un joven estudiante de derecho de la Universidad de Orléans, Etienne de la Boétie, escribió en su Discurso de la Servidumbre Voluntaria: “A decir verdad, no vale la pena preguntarse si la libertad es natural, puesto que no se puede mantener a ningún ser en estado de servidumbre sin hacerle daño. Si hay algo claro y evidente para todos, si hay algo que nadie podría negar, es que la naturaleza, bienhechora de la humanidad, nos ha conformado a todos por igual. Y si en el reparto que nos hizo de sus dones, prodigó alguna ventaja corporal o espiritual a unos más que a otros, jamás pudo querer ponernos en este mundo como en un campo acotado.

Debemos creer más bien que, al hacer el reparto, a unos más, a otros menos, quería hacer brotar en los hombres el afecto fraternal y ponerlos en situación de practicarlo, al tener, los unos, el poder de prestar ayuda y, a los otros, el de recibirla”. Un consejo que animales, salvajes y brujas, seres inferiores para la cultura civilizatoria patriarcal, ya tenían en cuenta hace rato.