MACHOS, LA ÚLTIMA FRONTERA DE LA CIVILIDAD Y UN POCO DE AMOR FRANCÉS
La conversación sobre los derechos de las mujeres, el feminismo y el machismo han calado profundo en todo el país y el oeste cordobés no es la excepción. Temas que abarcan desde la igualdad de oportunidades hasta la violencia de género, nos desafían a repensarnos en nuestra cotidianidad: como padres, como hijos, como hermanos, como miembros de una comunidad que está en constante cambio.
NOTA DE TAPA
POR COMECHINGONES MULTIMEDIOS


El movimiento feminista ha puesto en primer plano cuestiones que durante años permanecieron invisibilizadas. En la región vemos cómo este impulso ha abierto espacios de diálogo, formación y acción. Desde talleres comunitarios hasta redes de contención, las mujeres se han organizado para fortalecer su voz y exigir un lugar igualitario en todos los ámbitos. Los datos son elocuentes y reveladores. En Argentina, las mujeres ganan en promedio un 27% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo. Además, ocupan menos del 30% de los puestos de liderazgo en empresas y organizaciones. En lo que respecta a la violencia de género, una mujer es asesinada cada 30 horas, y muchas otras enfrentan formas de violencia psicológica, económica o simbólica que suelen pasar desapercibidas. La figura de las madres en este contexto es central. Ellas no solo educan en valores de respeto e igualdad, sino que también se convierten en referentes de resistencia y transformación, transmitiendo a las nuevas generaciones la importancia de cuestionar estructuras injustas.
En nuestra región, es común observar cómo el machismo se manifiesta en pequeños gestos cotidianos: la delegación automática de las tareas del hogar en las mujeres, la dificultad de los hombres para expresar emociones o la resistencia a cuestionar actitudes que perpetúan la desigualdad. Este legado cultural, que también heredamos de las tradiciones patriarcales de los pueblos originarios como los comechingones, necesita ser reinterpretado a la luz de los valores actuales, valores que están en constante tensión. El rol de los varones se encuentra en plena revisión. Aquí se perciben pequeños pero significativos avances: grupos de hombres que comienzan a cuestionar las masculinidades tradicionales, que aprenden a expresar sus emociones y que reconocen la necesidad de una convivencia basada en el respeto mutuo. Sin embargo, este proceso no está exento de tensiones. Existen fuertes resistencias, muchas veces enraizadas en patrones culturales. El desafío radica en acompañar estos cambios con empatía, sin imponer, pero tampoco cediendo ante la indiferencia. Lo complejo de esta situación de resistencia y tensión, es la posibilidad o imposibilidad de abrirnos a conversaciones mas largas, mas serias, mas adultas, menos cruzadas por la simplificación de estar de un lado o del otro.
El movimiento por los derechos de todos está en cuestión permanente. La era de la libertad a nivel nacional, rebota en nuestra región con signos de abruptos cambios hacia la crueldad. Esta crueldad nos ofrece también la posibilidad de pensar en un modelo de convivencia más justo y equitativo. Este debate no solo se trata de reivindicar derechos, sino también de construir un espacio común donde todas las voces existan, no solo sean escuchadas sino y sobre todo, que las voces estén, ahí, para nombrase. En Traslasierra, donde la vida comunitaria tiene un peso significativo, esta transformación se vive de manera cercana. Las charlas en las ferias, en los bares, en las canchas, en los casamientos, en los bautismos, en los divorcios, en los encuentros planificados, los casuales, los amigos, los de siempre, los extraños, todas, todos y todes convierten escenarios en plataformas donde callar ya no vale. Desde Villa Cura Brochero hasta Merlo en San Luis, incluyendo a Villa Dolores y cada localidad de su entorno, todas las regiones tenemos la misma incómoda sensación de no saber. No saber qué decir, cómo actuar, qué recomendar, qué negar y qué avalar. Los valores tal y como estaban cristalizados en el siglo XX dejaron un mundo sumamente injusto y cruel y parece ser este el tiempo donde todo está dando vueltas, de acá de allá, más cerca, más lejos, con más gritos, con menos gritos. Por eso, ampliar el debate público siempre nos pareció trascendente para nuestro medio. No sabemos bien dónde termina y dónde empieza una discusión, no tenemos ni ganas ni tiempos de llegar al quid de la cuestión, si creemos y queremos que este espacio sea uno más de los lugares a donde encontramos un “qué” entre tanto dedo juzgándolo todo.
En defensa de los valores del patriarcado
En los debates actuales sobre feminismo y derechos de las mujeres, el concepto de patriarcado suele asociarse exclusivamente con opresión, desigualdad y abuso de poder. Sin embargo, en este contexto de revisión y transformación social, también es oportuno reflexionar sobre los aspectos positivos que históricamente han caracterizado ciertos valores asociados al patriarcado, tales como el cuidado, la responsabilidad y el sentido de comunidad. Tradicionalmente, las sociedades patriarcales han puesto énfasis en el deber de los varones de proteger y proveer. Este mandato, si bien en muchos casos ha sido usado para justificar desigualdades, también ha fomentado valores como la responsabilidad hacia los otros y el compromiso con el bienestar familiar y colectivo. Los hombres que asumían estos roles muchas veces lo hacían movidos por un profundo sentido de cuidado, reconociendo que sus esfuerzos debían estar orientados a garantizar la seguridad y la prosperidad de quienes estaban bajo su protección. Hoy, en una sociedad que busca formas más equitativas de convivencia, es importante rescatar esos valores y resignificarlos. El cuidado, entendido no como una tarea exclusiva de las mujeres, sino como una responsabilidad compartida, es un ejemplo de cómo podemos tomar lo positivo del pasado y adaptarlo a los desafíos del presente. La responsabilidad también adquiere nuevas dimensiones, invitando a todos, independientemente de su género, a participar activamente en la construcción de comunidades más justas.
El sentido de comunidad que prevaleció en muchas sociedades patriarcales también merece ser reconsiderado. En Traslasierra, donde las redes familiares y vecinales son fundamentales, podemos ver cómo este valor sigue siendo una piedra angular de nuestra identidad. La colaboración, la solidaridad y el compromiso con el otro son principios que, lejos de pertenecer exclusivamente a una época pasada, deberían fortalecerse en el presente. Esto no implica negar las inequidades que el patriarcado también ha perpetuado. Por el contrario, es un llamado a mirar la historia con un enfoque crítico, capaz de separar los aspectos que debemos superar de aquellos que merecen ser revalorizados. Rescatar el cuidado, la responsabilidad y el sentido de comunidad como valores universales nos permite construir un futuro donde todos participemos activamente en la creación de una sociedad más equitativa. Defender los valores del patriarcado no significa avalar sus injusticias, sino reconocer que, en su esencia, estos principios pueden ser herramientas útiles para forjar nuevas maneras de convivir, donde el respeto y la equidad sean los cimientos del cambio.
Y entonces, todo es una canción de amor
Si cerramos esta nota hablando de relaciones, todas las historias son historias de amor. Mas a veces, menos a veces, nos convoca siempre un fuerte entusiasmo por haberlo perdido y no, a todo. Machos, es la forma de nombrarnos a los varones de esta generación, que ya hemos quedado viejos. Por suerte, los adolescentes, se están nombrando distintos, ven tras sus ojos lo que hay tras los ojos de los demás. Ese enjambre en medio de tanta incertidumbre es el motor de nuestra madurez, debemos insistir en ser mejores para estar atentos a cuidar el futuro en esas partes donde no podemos construirlo, porque ya no nos pertenece. En definitiva, la historia de la humanidad siempre estuvo relatada por la tragedia, por la justicia y por el amor. De eso se trata, a lo mejor, la búsqueda que estamos haciendo en trasla. O no, pero a falta de buenos “para qué”, ahí quizás encontremos uno mejor que permanecer y transcurrir.