MAL INFORMAR O CALLAR. ¿ESA ES LA CUESTIÓN?
En un mundo que parece obligarnos a tomar postura y todas las posturas son un poco dañinas a un marco más o menos humanista, es que nos pusimos a escuchar ¡y no saben lo que encontramos!
MEDIOS
POR RUBEN MATOS


Lo primero fueron los lazos comunitarios y fueron por ellos, después fue el boca en boca y la desconfianza institucional y también fueron por ello. En Traslasierra conviven en equilibrio inestable las personas, las instituciones, los intereses y las ideas. Son los medios locales quienes tenemos una responsabilidad inmensa en encontrar puntos de equilibrio. No solo por lo que contamos, sino —y tal vez más importante aún— por lo que elegimos no contar.
El asunto es que hay medios de comunicación en Traslasierra que oscilan entre el silencio y la distorsión. Algunos incluso lo hacen con buenas intenciones pero se ven rápidamente absorbidos por las lógicas del poder local: intendencias, negocios inmobiliarios, empresas turísticas o simplemente la necesidad de sobrevivir. Otros, más que medios de comunicación, parecen agencias de difusión: repiten gacetillas sin masticarlas, amplifican lo anecdótico, ignoran lo urgente, maquillan la realidad para no incomodar a nadie.
Si toma en cuenta estos parámetros, querido lector, usted también va a poder ponerle los nombres propios a cada caso.
Y entonces surge la pregunta: ¿es preferible callar antes que desinformar? ¿Es más honesto omitir que manipular? El dilema parece filosófico, pero en realidad es muy práctico. Porque detrás de cada silencio hay un interés. Detrás de cada tergiversación, hay una estrategia.
El problema no es solo que falten medios independientes y comprometidos, sino que muchas veces faltan voces con coraje, con el deseo genuino de contar lo que pasa aunque duela, aunque no guste, aunque no nos guste, aunque se corra el riesgo de enojar a los anunciantes o de quedarse sin pauta oficial o simplemente de no decir lo políticamente correcto. Y entonces ¿es la audiencia o es la propuesta lo que falla? Siempre es la propuesta.
Hay un mal menor, sí. Pero el verdadero peligro es naturalizar el silencio y normalizar la desinformación. Creer que todo lo importante pasa en otras provincias. Que acá no hay corrupción, ni especulación, ni abuso de poder, ni conflictos ambientales, ni desigualdad. Que lo que no se nombra, no existe.
En tiempos donde todos tenemos una cámara en el bolsillo y una red social a un clic, la tarea del periodismo local no es menor: dar contexto, verificar, poner en palabras lo que el poder prefiere dejar en penumbras y profesionalizar el oficio. No basta con contar que hubo un evento o que llovió en Las Tapias. También hay que decir por qué se privatiza el monte, por qué no se controla la basura turística, que nadie nunca leyó una declaración jurada o que los auditores, por lo general no auditan.
Informar mal y callar son dos formas distintas de fallarle a la comunidad. Pero el mayor daño lo hace esa mezcla de ambas: la desinformación callada, el rumor disfrazado de verdad, el periodismo que evita molestar para poder seguir existiendo. Traslasierra necesita medios valientes. Y lectores atentos. Porque sin eso, no hay diálogo real. Solo una cómoda y peligrosa versión del mundo que rara vez hace bien a las mayorías.