POR RUBEN MATOS
En un valle donde las sierras resguardan historias de todos los tiempos y las voces se entretejen en una música propia, el lenguaje no es solo una herramienta de comunicación. Es, también, un espejo de nuestras creencias, una caja de resonancia de nuestros debates, un mapa que traza los caminos hacia una convivencia más justa.
La diversidad cultural se encuentra en las plazas, las canchas, los bares, los lugares que se preservan y los espacios que se han perdido y los medios tienen un rol fundamental al amplificar o limitar las formas de incluir y también de excluir. Y el lenguaje de género, en particular, se ha convertido en una cuestión central en el debate comunicacional. Su irrupción en los titulares, en las notas y en las radios no sólo desafía la manera en que construimos las frases, sino también cómo construimos nuestra sociedad. Pero, ¿afecta realmente cómo nos comunicamos en Traslasierra? ¿O es simplemente un ruido en el fondo, un eco de las grandes ciudades?
En una región donde la naturaleza dicta el ritmo de los días, el lenguaje también debería fluir con naturalidad, adaptándose a las necesidades de quienes lo utilizan. Incorporar formas inclusivas en los medios no es imponer algo ajeno, sino reconocer lo que ya existe: una sociedad diversa, con identidades que trascienden los binarismos de género.
Cuando un medio local opta por usar “todas”, “todos” y “todes” o, simplemente, por buscar maneras neutras de referirse a la comunidad, está haciendo algo más que un cambio gramatical, significa escuchar a quienes muchas veces han quedado fuera de la narrativa dominante o en su defecto, han resignado discutir la narrativa dominante, avasallados, también por la nitidez del migrante. En un contexto como el nuestro, donde los medios son una forma de voz, el lenguaje no es solo una elección estética. Es un acto de responsabilidad social. El uso del lenguaje determina a quién le hablamos y, por ende, a quién incluimos y, sobre todo, a quién excluimos.
Pero hay resistencias. Lectores y oyentes se preguntan si este cambio en el lenguaje es una amenaza. El status quo es fuerte, a veces cruel, casi siempre, honesto. El temor, el dolor, la ausencia de identidad o la búsqueda de una hace que lo “local” pierda su esencia ante una corriente que parece venir de afuera y quizá sea momento de pensar que el verdadero desafío no está en el uso del “e” o en evitarlo, sino en asegurarnos de que el mensaje sea fiel a las realidades de nuestros pueblos.
Cada palabra siembra. Ya sea en un debate sobre políticas ambientales, en la presentación de un artista local o en las discusiones sobre la diversidad, el lenguaje es la herramienta que nos permite reconocernos en el otro. Y el lenguaje de género, lejos de ser una moda o un capricho, resulta también otra forma de desafío. Una apuesta por ampliar la comunicación , por interrogarnos nuevamente sobre lo justo y lo injusto, sobre el bien y el mal, sobre lo ético y lo estético. Un interrogante que los medios tenemos que aplicar a nosotros mismos para preguntarnos más y definirnos menos. Quizá, al final, nos encontremos con la sorpresa de que no hay una sola respuesta para casi nada, casi nunca.
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