TOMA 4: SOBRE LOS JUEGUITOS
Hoy quiero detenerme a analizar las críticas más frecuentes sobre los videojuegos, especialmente en lo que respecta a la violencia y el tiempo en pantalla.
TECNOLOGÍA
POR ALVAR MACIEL


Las críticas más comunes a los videojuegos suelen incluir: violencia, adicción al tiempo de pantalla, contenido inadecuado, impacto negativo en el rendimiento escolar, aislamiento social y gastos sin control. Mi intención no es minimizar estos problemas, sino reflexionar desde otro ángulo, observando cómo muchos de estos temas hablan más de nosotros y nuestra sociedad que de los juegos en sí.
Sobre la violencia
Es cierto que hay videojuegos donde la violencia es protagonista. Hay juegos en los que matar, golpear o disparar son acciones premiadas. Sin embargo, nuestra preocupación por la violencia en los videojuegos me resulta, en parte, un poco demagógica. Si observamos nuestra cultura, el ser humano es violento, y eso se refleja en casi todos los productos culturales, desde libros hasta películas. El problema real, desde mi punto de vista, es el acceso sin guía a estos juegos por parte de chicos que no tienen el acompañamiento necesario. Antes, había una barrera entre lo que era para chicos y lo que era para adultos. Hoy, parece que esa barrera ha desaparecido y nadie está trabajando para restablecerla.
A mí me gustan algunos juegos violentos, me relajan, me dan una especie de válvula de escape. Pero tengo 45 años. En mi caso, esa separación fue clara porque mis padres supervisaban los contenidos y la sociedad ponía ciertos límites. Hoy esa separación es más difícil, pero podemos hacer cosas. Podemos estar presentes, jugar juntos, decidir si nuestros hijos están listos para enfrentarse solos a ciertos juegos o si necesitan acompañamiento. Otra forma de estar presentes es decir “no” cuando sea necesario. Si un juego está calificado para mayores de 13 años, entonces no se lo demos a menores de esa edad. Podemos también jugar juntos para contextualizar y reflexionar sobre lo que ocurre en el juego. Educar no es fácil, y necesitamos encontrar maneras de establecer límites adecuados, presentando también alternativas y creando espacios de diálogo entre adultos para reflexionar sobre esto.
Sobre el tiempo en pantalla
Otro tema que preocupa mucho es el tiempo en pantalla. Esta preocupación no es nueva; mi papá, por ejemplo, no quería tener televisión para evitar que me idiotize. Cuando finalmente tuvimos una televisión con cable en los 90, no me despegaba de la pantalla. El problema no es la pantalla en sí, sino el contenido y la manera en la que los juegos están diseñados hoy en día. Los juegos están pensados para mantenernos ahí, disparando emociones que nos impulsan a seguir jugando. Antes, los videojuegos estaban en salones y pagábamos por cada crédito. Era una experiencia que estaba pensada para terminar, y eso ayudaba a que el enganche tuviera un límite. Hoy, el modelo ha cambiado: la intención es mantenernos jugando sin parar, porque el modelo económico es distinto. A mí me encanta jugar, y recuerdo con cariño las horas que pasaba frente al monitor. Pero el exceso trae problemas. Como adultos, nos toca regularnos solos, pero los chicos cuentan con nosotros para navegar este mundo de pantallas. Necesitamos definir qué es “mucho” tiempo de pantalla y cómo establecer límites adecuados. Los adultos a cargo del cuidado de los chicos deben acordar criterios y ser claros sobre cuándo y cuánto se puede jugar.
Algunos consejos: establecer una agenda clara sobre los tiempos en que se puede jugar, tener actividades alternativas planificadas que saquen a los chicos del entorno digital, establecer horarios y espacios libres de pantallas (como durante las comidas) y, sobre todo, explicar siempre el porqué de los límites. No se trata solo de prohibir, sino de enseñarles a controlarse, de explicar que pasar demasiado tiempo jugando puede generar problemas, y que aprender a regularse es importante. Si ya es un problema, podemos empezar poco a poco, reduciendo gradualmente el tiempo de juego. También es fundamental jugar juntos, explicar cuándo es suficiente y cortar cuando ya estamos cansados.