POR RUBEN MATOS
En el Valle de Traslasierra, casi todos los medios de comunicación parecen haber adoptado una peligrosa estrategia: replicarse unos a otros hasta la saciedad. Este comportamiento, lejos de enriquecer el panorama mediático, termina por ahogar cualquier atisbo de creatividad e innovación. Lo que podría haber sido un caldo de cultivo para la diversidad de voces y enfoques, se ha convertido en un ecosistema donde la repetición y la falta de originalidad predominan, como si el único objetivo fuera el de cumplir con una fórmula de éxito fácil y garantizado. En lugar de aprovechar la rica diversidad cultural y social de Traslasierra, los medios locales parecen enfrascados en una carrera sin fin por reproducir los mismos formatos, contenidos y enfoques. Programas calcados, temas que se repiten de medio en medio, y hasta las estrategias publicitarias parecen estar cortadas con la misma tijera. Se podría pensar que, en lugar de ser un sector que impulse la reflexión y el debate, los medios se han convertido en cajas de resonancia de ideas viejas y conservadoras, incapaces de salirse del molde establecido. El problema central de este fenómeno está en la estructura de poder que dirige los medios en la región. La mayoría de ellos están manejados por empresarios profundamente conservadores, cuya visión del negocio mediático es reacia al cambio. Para estos empresarios, la seguridad de lo conocido siempre prevalecerá sobre la incertidumbre de lo nuevo. Este conservadurismo feroz se traduce en una parálisis creativa que contagia a toda la región.
La falta de diversidad en las voces y enfoques no solo empobrece el contenido informativo, sino que también margina a quienes podrían aportar ideas frescas y perspectivas innovadoras. Cualquier intento por salirse de la norma, por buscar enfoques más arriesgados, es rápidamente descartado o, peor aún, ridiculizado. En este contexto, la innovación se ve condenada a morir antes de siquiera haber tenido la oportunidad de nacer. Es paradójico que en una región tan diversa y culturalmente rica como Traslasierra, los medios se comporten como un ecosistema cerrado y monolítico. Se sigue hablando de lo mismo, con los mismos protagonistas y bajo el mismo prisma, limitando el alcance y la profundidad de las historias que se cuentan. El público, entonces, queda atrapado en una narrativa uniforme que no refleja ni la realidad ni la riqueza del entorno en el que vivimos. Este “método exitoso” de copiarse todos de todos, que a corto plazo parece funcionar para los dueños de medios tiene un costo muy alto: la pérdida de relevancia a largo plazo. En un mundo donde el acceso a la información es prácticamente ilimitado, ofrecer más de lo mismo ya no es suficiente. Los medios locales corren el riesgo de volverse irrelevantes, superados por propuestas más audaces provenientes de las grandes ciudades donde el riesgo, además, es perder nuestra propia identidad.
Lo que se necesita es una sacudida, una renovación profunda que desafíe el statu quo y abra las puertas a nuevas formas de hacer periodismo, de contar historias y de conectar con la audiencia. Porque en un mundo tan diverso y cambiante, caer en la anomía por miedo al fracaso puede saciar el hambre pero no alimentar.
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